«(...) Con todas las luces encendidas, a toda máquina hacia el desastre, mientras
sonaba la música. Aquella noche inolvidable, el destino escribió en los altos
costados de metal del barco la palabra condenación con dedos de hielo. El mundo
ya no volvería a ser el mismo, ni la humanidad a confiar tan ciegamente en su
orgullo. Hace un siglo que se hundió el Titanic, llevándose al húmedo
abismo a la mayor parte de la tripulación y el pasaje, dejándonos mudos de
asombro y ateridos de miedo. Era el Titanic la mayor construcción móvil
que había creado el hombre, un coloso de la técnica forrado de altiva belleza y
lujo, la apoteosis de la vanidad. Fue proclamado insumergible sin recordar que
ni Odiseo pudo retar impunemente a Poseidón, así que ni te digo los astilleros
de Belfast y un capitán amable pero sin carisma. Cuando el seno de las aguas se
abrió para tragarse al barco como la ballena a Jonás, la succión levantó una ola
que no ha dejado de lamer nuestras conciencias incesante e insidiosamente
durante cien años. Ese drama marino se llevó un transatlántico y nos dejó un
nombre para adjetivar la catástrofe. No queda ya nadie que viviera aquella noche
terrible (la última superviviente, Millvina Dean, que tenía entonces 10 semanas,
falleció en 2009), pero si cerramos los ojos, todos notamos la cubierta ceder
bajo nuestros pies, la muerte subir a buscarnos y el aire helado llenarse de las
voces aullantes de los moribundos y el lánguido chapoteo de los ahogados.(...)
En primera clase se salvaron el 60% de los viajeros, aunque solo el 31% de los hombres (el 94% de las mujeres y niños). En tercera clase, el porcentaje de salvados desciende al 25% (el 14% de los hombres y el 57% de las mujeres y niños). Ser hombre y viajar en tercera era, con los datos en la mano, una pésima opción.
(...)
El Titanic es una de las grandes metáforas de nuestro tiempo y de
nuestras vidas, con la salvedad de que del último naufragio, el que nos llega
inexorablemente a cada uno, no suele haber supervivientes. (...)
Probablemente el más sobrecogedor recuerdo del Titanic sea el de los
supervivientes en los botes cuando el gigante desapareció del todo. En aquella
noche estrellada como un joyero esparcido sobre el firmamento, un sonido
aterrador comenzó a imponerse en la soledad del mar inmenso: las voces de los
que se ahogaban, un coro disonante de gemidos. En medio de ese gran sollozo, el
barco ya no estaba y el mundo se adentraba en el gran tiempo de las catástrofes. »
Jacinto Antón no El País de 9.3.2012
F***-**!Já tou farto do titanic.isto é uma lavagem ao cerebro enquanto continuam os massacres democráticos,na Siria,Libia,Iraque,Afeg/Pakistão
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