«(...)Más concretamente, a principios de 2010, la economía de la austeridad —la
insistencia en que los Gobiernos debían recortar el gasto a pesar del desempleo
elevado— hizo furor en las capitales europeas. La doctrina afirmaba que los
efectos negativos directos que los recortes del gasto tendrían para el desempleo
se verían contrarrestados por los cambios en la confianza, que las reducciones
salvajes del gasto llevarían a un aumento repentino del gasto de los
consumidores y de las empresas, mientras que los países que no efectuaran los
recortes verían huidas de capital y unos tipos de interés por las nubes. Si esto
les parece algo que Herbert Hoover podría haber dicho, están en lo cierto: lo
parece y lo dijo.
Ahora ya tenemos los resultados, y son exactamente lo que tres generaciones
de análisis económicos y todas las lecciones de la historia nos deberían haber
dicho que pasaría. El hada de la confianza no ha hecho acto de presencia:
ninguno de los países que están recortando el gasto ha visto el desarrollo del
sector privado que habían pronosticado. En vez de eso, los efectos depresivos de
la austeridad fiscal se han visto reforzados por la caída del gasto privado.
Es más, los mercados de bonos siguen negándose a cooperar. Hasta los pupilos
aventajados de la austeridad, países que, como Portugal e Irlanda, han hecho
todo lo que se les ha exigido, siguen enfrentándose a unos costes de
financiación por las nubes. ¿Por qué? Porque las reducciones del gasto han
deprimido profundamente sus economías, debilitando sus bases imponibles hasta
tal punto que la relación deuda-PIB, el indicador habitual de progreso fiscal,
está empeorando en lugar de mejorar.(...)
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