e os livros de aventuras
«(...) Luego aprendí que me había tocado vivir en una época en la que los
lectores adultos, presuntamente maduros, desdeñan la novela en general y
la novela de aventuras en particular. Desde ese instante me declaré
insumisa, rabiosa partidaria de la felicidad que me habían regalado
todos aquellos libros con tapa dura del color del agua. Todos los
veranos los recuerdo. Todos los veranos vuelvo a sentir la llamada de la
selva, el eco de los tambores que suenan al pie de los volcanes, el
estruendo de las trompetas que preceden a las cargas de caballería.
Todos los veranos vuelvo a leer, al menos, uno de aquellos libros.
Algunos me parecen ahora más bien torpes, atrapados en una
inverosimilitud barroca e ingenua al mismo tiempo, pero aun así, casi
siempre logran tenerme en vilo hasta la última página. Otros eran, son y
serán por siempre obras maestras de la gran literatura, esa que
desprecia los géneros, las clasificaciones, los apellidos.
La novela de aventuras, que tenía lectores de todas las edades antes
de que alguien se inventara la etiqueta de la literatura juvenil, es el
termómetro de la emoción, el territorio de los miedos razonables, la
casa natal de los hombres y las mujeres valientes que se enfrentan a la
naturaleza, a lo desconocido, a lo monstruoso, a brazo partido, sin más
armas que su coraje, su astucia y, acaso, un rifle o un simple machete.
Por eso, ofrecen un aprendizaje tan bueno como cualquier otro de las
virtudes y las flaquezas humanas. (...)»
crónica completa no El País semanal aqui.
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