Assinalando os 80 anos
deste crime fascista
Editorial Comares, 752 pgs, 35 E.
Prefácio de Ángel Viñas:
En la primavera de 2012 la editorial
Comares me pidió algunas sugerencias sobre libros clásicos en torno a la
guerra civil que, por diversas razones, no fueran suficientemente
conocidos o hubiesen totalmente desaparecido del mercado. Uno de los que
se me ocurrió de inmediato fue el que se reedita ahora.
Su autor, Herbert Rutledge Southworth, fue uno de los más destacados desveladores del denso entramado de patrañas, tergiversaciones y falsas verdades que tendió el franquismo sobre la guerra civil. Ganó reconocimiento universal por la obra con que deshizo y pulverizó las manipulaciones que, con respecto a la destrucción de Guernica, mantuvo el régimen durante toda su trayectoria. Instalado en Francia, en primer lugar en París y luego en dos mansiones enormes aunque un tanto dilapidadas, en dos lugares de ensueño (una, en medio de la campiña, fue le Chateau de Roche cerca de Le Blanc, departamento de Indre, y la segunda una casona medieval en lo que suele afirmarse es uno de los más bellos pueblos franceses, Saint-Benoit-du-Sault), continuó trabajando hasta su fallecimiento en 1999, poco después de terminada una obra que le ocupó durante mucho tiempo: el desmontaje de la justificación franquista de la sublevación de 1936 para adelantarse a una presunta insurrección comunista. Se publicó a título póstumo bajo el título de El lavado de cabeza de Francisco Franco. Conspiración y guerra civil.
Mi interés por el Guernica de Southworth tiene una larga historia. En abril de 1977 un grupo de historiadores nos reunimos en la villa foral en un simposio destinado a abordar la conmemoración del bombardeo mismo con testimonios de testigos presenciales en el cuadragésimo aniversario de la catástrofe. Aquel simposio se encuentra muy lejos tanto en el tiempo vital, menos en el tempo histórico. Entonces, hace treinta y cinco años, la transición política estaba en sus comienzos. Se divisaban, cierto es, señales innegables de apertura. El Partido Comunista, gran ogro del franquismo, acababa de ser legalizado, no sin cierta agitación entre los anquilosados mandos de las Fuerzas Armadas. Las primeras elecciones generales, con el pulso titánico subyacente entre reforma y ruptura, no estaban lejanas.
A su manera, el simposio, envuelto en un masivo ondear de ikurriñas, fue también un signo de la incipiente transición. Fue la primera vez que un acontecimiento así se había organizado en Euskadi. Para Herbert Southworth, y Suzanne, su esposa, fue un momento emocionante que rememoraron, y rememoramos, durante muchos años. También fue el primero de los grandes abrazos públicos que Herbert recibiría en la naciente España democrática. Hubo otro, del que también fui testigo: la presentación en 1986, en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona, de la reedición, impresa en la Ciudad Condal, de su primer libro, El mito de la cruzada de Franco.
Esta obra había puesto el nombre de Southworth en las bibliotecas de todos aquéllos que en la oposición comunista, socialista, nacionalista o simplemente antifranquista se negaban a comulgar con las ruedas de molino de las interpretaciones seudo-históricas de la guerra civil. Hasta su aparición en 1963 la sedicente historia del conflicto la habían ido produciendo con honores, ya que no con dignidad, policías, soldados, libelistas, académicos y autores complacientes, a la mayor gloria del Caudillo y de sus fantasmas. Correspondió al profesor Gabriel Jackson y a quien estas líneas escribe hacer la presentación formal en Barcelona de una obra que, en puridad, no requería presentación pero que ya no se encontraba en el mercado, agotada como estaba la edición publicada casi veinticinco años antes por Ruedo Ibérico.
Recuerdo vividamente la escena, para mi inolvidable. Herbert hablaba castellano con ritmo lento y pausado, con vocales alargadas, que delataban su origen en el sur de los Estados Unidos. En aquella ocasión, las pausas se hicieron a veces interminables. Yo me preguntaba: ¿estará a punto de darle un desfallecimiento? No. Eran el producto de una emoción intensa, difícilmente contenida.
El simposio de Guernica y la presentación en Barcelona fueron, me atrevo a asegurar, dos momentos culminantes en la trayectoria como historiador de Herbert Southworth. Y como correspondía a tal autor no implicaron ni honores académicos ni condecoraciones, ni premios ni diplomas. Denotaron, simplemente, un reconocimiento público a sus esfuerzos por introducir un rayo de verdad que atravesara la tupida red de mentiras tramada por la dictadura.
Su autor, Herbert Rutledge Southworth, fue uno de los más destacados desveladores del denso entramado de patrañas, tergiversaciones y falsas verdades que tendió el franquismo sobre la guerra civil. Ganó reconocimiento universal por la obra con que deshizo y pulverizó las manipulaciones que, con respecto a la destrucción de Guernica, mantuvo el régimen durante toda su trayectoria. Instalado en Francia, en primer lugar en París y luego en dos mansiones enormes aunque un tanto dilapidadas, en dos lugares de ensueño (una, en medio de la campiña, fue le Chateau de Roche cerca de Le Blanc, departamento de Indre, y la segunda una casona medieval en lo que suele afirmarse es uno de los más bellos pueblos franceses, Saint-Benoit-du-Sault), continuó trabajando hasta su fallecimiento en 1999, poco después de terminada una obra que le ocupó durante mucho tiempo: el desmontaje de la justificación franquista de la sublevación de 1936 para adelantarse a una presunta insurrección comunista. Se publicó a título póstumo bajo el título de El lavado de cabeza de Francisco Franco. Conspiración y guerra civil.
Mi interés por el Guernica de Southworth tiene una larga historia. En abril de 1977 un grupo de historiadores nos reunimos en la villa foral en un simposio destinado a abordar la conmemoración del bombardeo mismo con testimonios de testigos presenciales en el cuadragésimo aniversario de la catástrofe. Aquel simposio se encuentra muy lejos tanto en el tiempo vital, menos en el tempo histórico. Entonces, hace treinta y cinco años, la transición política estaba en sus comienzos. Se divisaban, cierto es, señales innegables de apertura. El Partido Comunista, gran ogro del franquismo, acababa de ser legalizado, no sin cierta agitación entre los anquilosados mandos de las Fuerzas Armadas. Las primeras elecciones generales, con el pulso titánico subyacente entre reforma y ruptura, no estaban lejanas.
A su manera, el simposio, envuelto en un masivo ondear de ikurriñas, fue también un signo de la incipiente transición. Fue la primera vez que un acontecimiento así se había organizado en Euskadi. Para Herbert Southworth, y Suzanne, su esposa, fue un momento emocionante que rememoraron, y rememoramos, durante muchos años. También fue el primero de los grandes abrazos públicos que Herbert recibiría en la naciente España democrática. Hubo otro, del que también fui testigo: la presentación en 1986, en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona, de la reedición, impresa en la Ciudad Condal, de su primer libro, El mito de la cruzada de Franco.
Esta obra había puesto el nombre de Southworth en las bibliotecas de todos aquéllos que en la oposición comunista, socialista, nacionalista o simplemente antifranquista se negaban a comulgar con las ruedas de molino de las interpretaciones seudo-históricas de la guerra civil. Hasta su aparición en 1963 la sedicente historia del conflicto la habían ido produciendo con honores, ya que no con dignidad, policías, soldados, libelistas, académicos y autores complacientes, a la mayor gloria del Caudillo y de sus fantasmas. Correspondió al profesor Gabriel Jackson y a quien estas líneas escribe hacer la presentación formal en Barcelona de una obra que, en puridad, no requería presentación pero que ya no se encontraba en el mercado, agotada como estaba la edición publicada casi veinticinco años antes por Ruedo Ibérico.
Recuerdo vividamente la escena, para mi inolvidable. Herbert hablaba castellano con ritmo lento y pausado, con vocales alargadas, que delataban su origen en el sur de los Estados Unidos. En aquella ocasión, las pausas se hicieron a veces interminables. Yo me preguntaba: ¿estará a punto de darle un desfallecimiento? No. Eran el producto de una emoción intensa, difícilmente contenida.
El simposio de Guernica y la presentación en Barcelona fueron, me atrevo a asegurar, dos momentos culminantes en la trayectoria como historiador de Herbert Southworth. Y como correspondía a tal autor no implicaron ni honores académicos ni condecoraciones, ni premios ni diplomas. Denotaron, simplemente, un reconocimiento público a sus esfuerzos por introducir un rayo de verdad que atravesara la tupida red de mentiras tramada por la dictadura.
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