«(...) Sin embargo, la austeridad mantuvo e incluso reforzó su dominio sobre la opinión de la élite. ¿Por qué?
Parte de la respuesta seguramente resida en el deseo generalizado de
ver la economía como una obra que ensalza la moral y las virtudes, de
convertirla en un cuento sobre el exceso y sus consecuencias. Hemos
vivido por encima de nuestras posibilidades, cuenta la historia, y ahora
estamos pagando el precio inevitable. Los economistas pueden explicar
hasta la saciedad que esto es un error, que la razón por la que tenemos
un paro tan elevado no es que gastásemos demasiado en el pasado, sino
que estamos gastando demasiado poco ahora y que este problema puede y
debería resolverse. Da igual; muchas personas tienen el sentimiento
visceral de que hemos pecado y debemos buscar la redención mediante el
sufrimiento (y ni los argumentos económicos ni la observación de que la
gente que ahora sufre no es en absoluto la misma que pecó durante los
años de la burbuja sirven de mucho).
Pero no se trata solo del enfrentamiento entre la emoción y la
lógica. No es posible entender la influencia de la doctrina de la
austeridad sin hablar sobre las clases y la desigualdad.
A fin de cuentas, ¿qué es lo que quiere la gente de la política
económica? Resulta que la respuesta depende de a quién preguntemos, una
cuestión documentada en un reciente artículo de investigación de los
politólogos Benjamin Page, Larry Bartels y Jason Seawright. El artículo
compara las preferencias políticas de los estadounidenses corrientes con
las de los muy ricos y los resultados son reveladores.
Así, al estadounidense medio le preocupan un poco los déficits
presupuestarios, lo cual no es ninguna sorpresa dado el constante
aluvión de historias de miedo sobre el déficit en los medios de
comunicación, pero los ricos, en su inmensa mayoría, consideran que el
déficit es el problema más importante al que nos enfrentamos. ¿Y cómo
debería reducirse el déficit presupuestario? Los ricos están a favor de
recortar el gasto federal en asistencia sanitaria y la Seguridad Social
—es decir, en “derechos a prestaciones”—, mientras que los ciudadanos en
general quieren realmente que aumente el gasto en esos programas.
Han captado la idea: el plan de austeridad se parece mucho a la
simple expresión de las preferencias de la clase superior, oculta tras
una fachada de rigor académico. Lo que quiere el 1% con los ingresos más
altos se convierte en lo que las ciencias económicas dicen que debemos
hacer.
¿Realmente redunda en interés de los ricos una depresión prolongada?
Es dudoso, dado que una economía próspera suele ser buena para casi todo
el mundo. Lo que sí es cierto, sin embargo, es que los años
transcurridos desde que tomamos el camino de la austeridad han sido
pésimos para los trabajadores, pero nada malos para los ricos, que se
han beneficiado del aumento de los rentdimientos y de los precios de las
acciones aun cuando el paro a largo plazo empeora. Puede que el 1% no
desee realmente una economía débil, pero les está yendo lo bastante bien
como para dejarse llevar por sus perjuicios.
Y esto hace que uno se pregunte hasta qué punto cambiará las cosas el
hundimiento intelectual de la postura austeriana. En la medida en que
tengamos una política del 1%, por el 1 % y para el 1 %, ¿no seguiremos
viendo únicamente nuevas justificaciones para las viejas políticas de
siempre?
Espero que no; me gustaría creer que las ideas y los hechos importan,
al menos un poco. De lo contrario, ¿qué estoy haciendo con mi vida?
Pero supongo que veremos qué grado de cinismo está justificado.» (artigo integral aqui)
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